De mi vida campal
Mi vida, ¿en dónde está la risa?, mi diosa, ¿en dónde
quedaron esas palabras tan hermosas? jugué y perdí, he vivido y muerto tantas
veces que ya no lo recuerdo, me timan y no lo veo, me hice incauto,
acostumbrado a la paz por tanto tiempo, las calamidades surgen y yo no lo
comprendo, ni siquiera muevo un dedo, se derrumban las almenas de nuestro
castillo sobre mis costillas, allá en la distancia, a donde fuiste dándome la
espalda no llegan mis palabras, nunca más llegaran, silenciaron la voz de los
demás, la mía también tendrá que callar; al final para todos llegara el final,
¿en dónde estás? ¿Por qué no me buscas? Me he perdido siguiéndole el rastro a
tu destino, en mi único acto noble he mentido, y no te imaginas lo que he
dicho; sufrí por tu traición, cuando la vida quiso cobrártelo, has vuelto, como
un conejo asustado y con cuentos calculados libere tu carne de la culpa; uno y
uno ya son dos, ¿en dónde quedo yo?
Despierto en las mañanas, aun adormecido por el profundo
letargo somnolienta de la madrugada, algo de resaca y las gélidas montañas en
opaca claridad, con los ojos secos y el ahogo matinal del roñoso cuarto, el
transcurso de los minutos, mis pulmones sofocados me arrancan de los sueños y me recuerda que me ahogo, en la otra almohada duerme
un gato y su par de pulgas, una tos estrepitosa me hace recordar que yo no soy
Adán, el camino de ese mundo ideal a la
realidad lo recuerda, mi amada ama alguien más, mis descendientes duermen entre
tuberías oxidadas, nada sigue igual, mi mayor dignidad es la visita de mis
comensales, los pájaros en la ventana, los conejos, que hace un par de meses
eran uno, ahora son cientos, perros y gatos salen de entre la maleza por un
poco de arroz y carne seca, me recuerdan un poco quien soy yo, con el cuero
pegado a los huesos y el miserable frio de la alta montaña.
Sobrevivir es
sencillo, una hogaza de pan mohoso, algo de agua, si ustedes sufren el
calentamiento, vaya que aquí hay agua; tomo dos cubos de madera y bajo el mismo
camino delgado y empedrado junto a la ladera, observo el acantilado, la caída
es larga, ¿en dónde está mi diosa? solo espero el accidente, la piedra que se
afloja, la humedad que te resbala, pero nunca pasa, cruzo el puente ¿y qué
crees? Exprimo las piedras, definitivamente si dan agua, aquí de todas partes
brota agua, de todas, siempre y cuando estén lejos de este par de tablas que
suelo llamar casa.
A mamá todavía la recuerdo, cada vez que intento robarle
zanahorias al vecino que vive en el otro continente, ¿Cómo se quejan los que
tienen nomenclatura por cuadras?, pero ahí no acaba la cuenta, mazorcas
tiernas, alverjas, papas, moras frescas, lechugas y cuanto crea es comestible,
solo mientras mi penosa huerta crece, pero claro, tenía que plantar tabaco,
cuando llegue aquí por alguna extraña razón creí que sobreviviría comiendo
hojas de tabaco, eso sin contar con que soñaba verlo crecer en tierra fría,
hasta que te embarras los pies y e levantas antes que los gallos para robarle
la leche directamente a las vacas, no tienes ni idea de cómo se podría vivir
aquí.
Ahora que vivo en la más compleja civilización, siento que
desde los insectos más pequeños hasta las bestias más raras, todos hablan; mis
vecinos son generosos, todos creen que vivo de tomar cerveza, una bolsa de
arroz, algunas lentejas, ¿por qué no se les ocurre? Mi hígado se aburre, no
importa quien pague la cuenta; prefiero robar huevos (adentro de las gallinas) antes
que volver a las mugrosas calles a mendigar trabajo para comer menos, para
sufrir más, para que otra(s) me amen sin amar, me quiera(n) sin querer, al
final se largaran, la verdad ya me da igual (si lo digo las veces suficientes
me lo creo), el señor policía que vive como homicida (deberían llamarlo algo
así como policida, después de todo es la ciudad quien paga) me dirá “en el
árbol no has de orinar” pero todos ustedes beber agua del rio, intenta tan solo
imaginar.
El campo es peligroso y esta cundido de guerrillas, que si
pasan por tu casa te preguntan como estas, cuidan tus cultivos, evitan que te
maten los vecino, definitivamente es peligroso, incluso te saludan si te ven
pasar; todos están dementes, pasan su día hablando de arados y martillos que se
convertirán en armas, en espadas, en justicia, hablan de campesinos y
proletarios, incluso hace poco alguno salió con un cuento ilógico sobre la
igualdad, decía que todos merecían educación, techo y comida, que todos
trabajarían para todos, incluso creía que la realidad social algún día iba a
cambiar, no sé en qué mundo puede aplicar esa ficticia realidad, sí mi espalda,
o no, nuestras espaldas arden en la noche por el sol de la anterior jornada,
duelen de tanto trabajar, pesan como si todavía hicieras líneas en la tierra,
como si llevaras agua para cocinar. Y todo esto pasa mientras tu estas frente a
un computador, descansando y cansada de jugar a hacer ruido y bailar, cansada
de descansar; si miras por la ventana, día y noche nos ves pasar, nos ves
intentar sobrevivir, huyéndole a los bancos, ellos creen que tenemos un
salario; con dolor imprimo mis huellas bajo el sol abrazador que olvido la
mañana en que el cielo deseaba nevar, entre matorrales día a día hago mi camino
al andar, a veces te veo en tu mercedes negro, levantas el mugre de tu alma al
pasar.
¿Te duelen los pies? ¿Él te trata bien? Yo tengo un conejo café,
dorado y casi amarillo, amarillo quemado, diferente a todos los demás, es un
gasto innecesario, sus ojos grandes y oscuros, son profundos como la
inmensidad, como a sus padres, hijos y hermanos, es un gasto innecesario,
¿quién se podría comer una criatura tan hermosa? Me hace pensar en tu
contraparte, la chica café, dorada y casi amarilla, amarilla quemada, la que
inhala mugre de ciudad y exhala poesía festival, ¿Por qué elegí mal? Ya
recuerdo, tú eras más hermosa, exactamente por eso me lance a la perdición y
perdí a la que la inmensidad había escogido para mí.
Espero disfrutes este breve telegrama, el otro milenio o
cuando vuelva a lamentar ser tan generoso escribiré más.
-Andreiev- (y futuramente Pablo Rodríguez si algún día
publico el libro)
Tomado de “del libro sin nombre” capitulo XVII “El exilio”